martes, 29 de julio de 2008

¿DEBE EL SER HUMANO LLEGAR A MARTE?

Envidio a mi padre por muchas razones. Una de ellas es que pudo escuchar la retransmisión de la llegada del hombre a la luna. Fue en 1969. Yo tenía tres años y como podéis comprender no me enteré de nada.
Cada generación debería de poder experimentar un descubrimiento o un logro humano determinado. No es una obligación, pero simplemente me gustaría que fuera posible.
Las generaciones anteriores, debido a la falta de comunicación y a las distancias, no se “coscaban” de las expediciones ni los descubrimientos hasta pasados muchos años después.
Es un privilegio pues, vivir en un mundo en que casi todo el mundo puede enterarse y compartir logros del ser humano, a través de los diversos y variados medios de comunicación.
Yo, por ejemplo, he vivido de lleno la revolución informática y, aunque no soy un profesional de la misma, me enorgullezco de que el hombre haya podido hacer algo así, a pesar de sus fallos, carencias e inconsistencias.
Pero vamos a hablar concretamente de los descubrimientos. Más concretamente de los descubrimientos geográficos y extra geográficos.
El hombre ha demostrado históricamente ser un “culo inquieto”. Frente a la gente que prefería quedarse sentada en su sillón, viendo pasar sus días sin salir de su pueblo, otra gente tenía el gusanillo de la aventura. No tengo ni que mencionar lo que hicieron posible los fenicios, griegos, púnicos, romanos, chinos, bárbaros, árabes, españoles, portugueses, holandeses, ingleses, franceses, rusos, etc, etc, hasta llegar a los americanos.
A finales del siglo XIX, casi todo el globo terráqueo estaba explorado y descubierto, salvo las profundidades del mar.
Y en pleno siglo XX, como consecuencia de la 2ª Guerra mundial y posterior guerra fría, en vez de seguirnos mirando el ombligo, dirigimos nuestra mirada hacia el cielo. Cierto es que siempre nos había llamado la atención el tema, pero nunca se pudo explorar por falta de medios. Cierto es también que la exploración espacial es una consecuencia directa de la guerra fría y de la competencia de dos superpotencias que querían demostrase cual era la mejor y la más guay.
Vale, pero el caso es que los rusos lanzaron el primer satélite y después de eso la cosa se puso interesante. La carrera espacial comenzó. Y reconozco que me apasiona. Fue uno de los logros “inútiles” de los humanos que más admiro. Me refiero con “logro inútil” al sentido que, económicamente hablando, carece del más mínimo desembolso en recursos. Tanto la observación como los viajes al espacio nos han demostrado (por ahora) que solo hay pedruscos (así los llama monseñor Canalda) y gigantes de gas. Nada de planetas habitables. Y para el ojo de la cara que cuesta poner una sonda en Venus, como que no sale excesivamente rentable.
Pero a pesar de la manía humana del beneficio económico, hay otros beneficios, que no por menos tangibles, dejan de ser beneficios. El logro humano. El afán de superación. La curiosidad. La imaginación. La inteligencia.
Por otro lado nos encontramos con una tecnología que además de cara, está limitada. Limitada en cuanto a que no podemos hacer nada que ni siquiera se aproxime a la velocidad de la luz. Limitada por el combustible, que sigue siendo combustible químico. Limitada por la propia naturaleza del ser humano, que está acostumbrada a la atmósfera y no al espacio exterior. Y sobre todo y actualmente, limitada por la opinión de millones de personas, que ven en la carrera espacial un derroche de tiempo y dinero, que podría emplearse en, por ejemplo, acabar con el hambre en el mundo.
Todo esto y mucho más, limita el avance de la carrera espacial. Y aún así, con rachas presupuestarias y de opinión, continúa. Por el momento y no es por desmerecer a nadie, los EEUU son los que mantienen viva la carrera espacial. Pero si son los chinos, los suecos, los rusos o los mongoles los que toman las riendas, pues bienvenidos sean. A mí lo que me interesa es que se siga haciendo.
Un posible reto espacial, relativamente cercano en el tiempo, podría ser el viaje tripulado a Marte.
Cinco años de viaje. Condiciones de confinamiento extremas. Gravedad cero patatero. Posibles averías en la nave. Aterrizaje complejo en el planeta. Condiciones atmosféricas muy chungas. Nada que ver salvo piedras rojas. Tal vez tormentas gigantes de polvo. Ni un bareto para tomarse unas cañas. Menos aún un restaurante de comida mediterránea. Y luego la vuelta. Como dice Mario, los pobres desgraciados que vuelvan (si vuelven) estarán hechos unos zorros.
Monseñor Canalda equipara las condiciones de vida en el espacio con los hacinamientos de los buques del siglo XIX. Y lo cierto es que se pudo hacer.
Maese Jacinto opina que no debería haber ningún problema con los motores atómicos. Carlito´s Way dice es que si no vamos es porque faltan agallas y sobran pejigueras. Mario comenta que la cosa está todavía muy verde, pero que por supuesto que el hombre debería de viajar a Marte. Y yo, al igual que mis amigos, opino lo mismo que ellos y añado: CON DOS COJONES (U OVARIOS), QUE PARA ESO SOMOS HUMANOS.

Manuel Nicolás Cuadrado

lunes, 28 de julio de 2008

¡Quieto el dial!

Uno, que es respetuoso con las costumbres de las casas ajenas, se enajena, propiamente, cuando las visitas se dedican a toquetear, recolocar y reformar las casas ajenas, que es en este caso la mía propia.

Que se comenten y cuestionen asuntos propios de la habilidad interiorista del anfitrión es un entretenimiento ocioso, que como mucho no pasará de un intercambio de opiniones más o menos acaloradas, pero como ya digo, de ahí a pasar a la acción directa dista mucho trecho y no poca falta de educación.

Dejo de lado aquello de la convivencia fuera ya del ámbito del hogar paterno, que ya sabemos lo que supone (y si no es así, procura no saberlo nunca) y que tanto envenena las relaciones. Mis fobias van directamente por las visitas de rompe y rasga, y sobre todo, por las visitas que se lanzan como lobos sobre cualquier aparato de radio que tengan a la vista.

—Vaya mierda de emisora que escuchas —dice el desgraciado mientras empieza a dar vueltas al dial.
—Mayormente la que me sale de los cojones —es la respuesta correcta tantas veces desechada por aquello de la hospitalidad.

Pero ni hospitalidad ni hostias, efectivamente escucho la emisora que me sale de los huevos, emisora que me cuesta otro par de ellos sintonizar adecuadamente a causa de un infeliz cúmulo de circunstancias adversas (estructura metálica del edificio, emisora pirata de salsa que sale en la misma banda y con el triple de potencia, mierda de antena...) para que venga un desnortao a ponerme la emisora ratonera de turno que solo le puede gustar a él.

Al próximo que lo haga le corto la mano.

miércoles, 23 de julio de 2008

LA MITOLOGÍA ME PONE PALOTE

Siento ser tan desagradable con el título de este artículo, pero describe perfectamente mi obsesión-compulsión por la mitología. Novelas, sagas, ensayos, artículos y obras originales de cosmología. Todo aquello que tenga que ver con la mitología es devorado por mi persona, sin ninguna vergüenza ni empacho alguno.
Aunque espero que tanto Mario como Jacinto me contradigan, puesto que de esto saben bastante más que yo, me voy a atrever a decir algunas chorradas, que espero no molesten a nadie. O que narices, aunque molesten las pienso poner, que para eso soy mosca cojonera.
Según mi visión, muy generalista y bastante simplista, de lo poco que se sabe se supone que primero estuvo el animismo primitivo. O sea, la adoración de las comunidades humanas por lo que veían todos los días. Esa luna tan extraña que cambiaba de redonda a una línea curva ínfima y desaparecía. Ese jabalí con tan mala hostia cuando se le acorralaba. Ese río tan necesario que de vez en cuando se volvía loco y se llevaba a los incautos que se adentraban demasiado en su corriente. Y sobre todo ese sol, tan grandioso y poderoso, que generaba o arruinaba las cosechas, según le salía de las pelotas. Los humanos supusieron (no sin cierta lógica) que todos los fenómenos naturales que les rodeaban tenían su propio espíritu, su propia “ánima”. Pues bueno, en algún momento, el hombre también se hizo consciente de su propia muerte. Y vinieron los espíritus de los muertos. Estos eran más difíciles de ver todos los días, de hecho, no podían ver a ninguno y eso les jodía. Porque les recordaba que tarde o temprano ellos mismos terminarían doblando las uñas. Así que, el listo/a de la tribu, un día de memorable trascendencia, contó a los demás miembros/as que había visto al espíritu del abuelo cromañón (muerto hacía 5 lunas) circulando por la noche por el poblado, molestando en sueños a las jovencitas de la comunidad con imágenes eróticas, que todo el pueblo sabía que el abuelo estaba más salido que la punta de sílex de una lanza. A esto, el cazador-recolector alfa, que ese día no estaba de muy buen humor porque se le había escapado un antílope, le dijo al listo/a que dejara de decir memeces o le metía el espetón de la carne por el culo. Lo normal es que al listo/a le hubieran puesto de verano cada vez que volviera a insinuar el asunto del abuelo y a otra cosa, mariposa, que hay que trincar pieles de bisonte nuevas para el invierno. Pues lo cierto es que, no se sabe como ni por qué, la cosa trascendió. A la mayoría de la gente de la tribu le pareció razonable lo del abuelo y el listo/a se convirtió en chamán, o algo parecido, ya que solo él/ella podía ver cosas que los demás no veían, para disgusto del cazador alfa. La gente necesita creer. Y es una máxima humana que, en mayor o menor medida, con animismo, politeísmo, monoteísmo o racionalismo, se repite a lo largo de nuestra historia. Nos guste o no.
Y así pasó el tiempo. Y algunas sociedades nómadas pasaron a ser sociedades sedentarias. Y empezaron a cultivar y pastorear. Y crecieron. Y surgieron las primeras ciudades. Y a todo esto: ¿Qué pasó con el animismo? ¿Qué fue del listo/a?.
Pues parece (no se sabe nada con certeza), que a mayor complejidad de la sociedad humana, mayor complejidad de las creencias. La manera de entender a “los espíritus de la naturaleza” se transformó en algo más abstracto. Surgieron los primeros dioses. Entes dotados de superpoderes que controlaban, manejaban y ordenaban a cuanto nos rodeaba.
El primero fue ella. Gaia. La madre tierra. Gea. En cierta medida, parece lógico adorar a la tierra. Somos seres terrestres y hemos evolucionado en el puto suelo. También parece normal que se identifique la maternidad con la fertilidad del campo. Del hombre no sale nada, salvo mal genio, borracheras, insultos y cachiporrazos. De la mujer nace la vida. De la tierra también. Pero el concepto de madre tierra no solo se limita a las cosechas y a la prolongación de la especie. Gaia era toda la tierra, por entero. Lo controlaba todo y creaba o destruía según le parecía. Era un concepto global, que no hay que confundir con el monoteísmo. Se ha especulado con la teoría de una generalidad primitiva controlada por un matriarcado. No existen pruebas arqueológicas que lo avalen. En algunos casos se dio. En otros, pues no. Puedo comprender, que desde una perspectiva moderna, se pueda imaginar una arcadia feliz en la que las mujeres gobernaban y todo iba bien. Pero el concepto de bien y mal, no estaba muy definido por aquel entonces, eso se dio después, bastante después. Es imposible saberlo a ciencia cierta. ¿La lista de la tribu se convirtió en sacerdotisa de Gaia?. Puede ser. Pero el caso es que el concepto femenino no perduró. En algún momento llegaron unos invasores del norte, a los que no les hacía ni puta gracia eso del matriarcado. Y lo cambiaron todo.
¿Todo?. Todo no. Los invasores eran muy bestias y lo hacían casi todo a base de tortazos, pero tontos del todo no eran. Si algo se puede decir de ellos es que eran eclécticos. Les importaba que quedara claro el dominio masculino, pero sin eliminar a lo femenino ni incluso a lo natural y animal. Sus creencias eran un batiburrillo de dioses/as que influían en la naturaleza y en los hombres, pero a un nivel superior. Incluyeron a Gea sin ningún problema en su ecuación, eso sí, dejando claro, que el que mandaba ahora era Zeus, ese pedazo de machote lanzarrayos que se tiraba a todo lo que tenía piernas.
Y entonces llega la mitología, el politeísmo y/o paganismo, que me dejo para otra ocasión y para no alargar este de por sí largo artículo introductorio.

Manuel Nicolás Cuadrado

jueves, 17 de julio de 2008

Deterioro del contexto económico, Crisis o Me cago en el Euribor

Yo de economía no tengo ni pajolera idea, veo, miro, me sorprendo y cuando creo haber comprendido algo, llega el ilustrado de turno a decirme que no, que es justo un cuarto de vuelta de cómo lo he entendido.

Pero lo que si tengo claro es que el dinero es cobarde y que el dinero llama al dinero. O por decirlo de otra forma, la mitad de la "crisis" que tenemos encima no es tal crisis, sino puro pánico provocado por las predicciones agoreras, las declaraciones ambiguas y una enorme montaña de intereses espurios.

Que el petróleo está por las nubes y que la burbuja inmobiliaria ha reventado como un globo de feria son datos objetivos, y no se muy bien si relacionados. El combustible que mueve esta sociedad está más caro y, por definición, llevar y traer cosas también, lo que repercute en los precios, que suben y suben.

Lo de la "constru" se veía venir desde hacía un montón de años. Las gentes de buen criterio (expertos o no) se hacían cruces con los precios imposibles de los pisos y la fiebre constructora, anunciando que eso se iba a acabar antes o después, como así ha sido. De hecho tengo la sospecha que este batacazo se esperaba para hace tres o cuatro años, la desaparición de la vida pública de aclamados próceres de la política y la economía me lo hacían sospechar. El caso es que cuando esto se ha ido al carajo ha sido ahora, y no antes, de modo que ya son especulaciones ociosas.

La cuestión es que las posibilidades de inversión "garantizada" ha disminuido enormemente, los costos han aumentado también un montón, y quien tiene pasta no está dispuesto a arriesgarla en alegres aventuras. Eso reduce el dinero en circulación, lo que implica que su valor sube, es decir, hay inflación, que unido a la limitación de gastos innecesarios, repercute en todas las áreas de la economía.

Esto de por si ya es malo, pero si no hay pánico es una situación superable de forma razonable, aunque con las inevitables y no muy agradables consecuencias. El problema surge cuando los políticos meten mano en la economía. A ellos como vaya o deje de ir les importa un rábano si no favorece a sus propósitos, que no son otros que hacerse con la poltrona. Es entonces cuando la leal oposición empieza a pintar un panorama negro como una mina de carbón, exagerando todo lo que puede la situación y las consecuencias, desviando las causas reales hacia otras más convenientes para sus objetivos y creando de esta forma un clima de terror, muy alejado de la cautelosa preocupación que debería imperar. Por su parte el gobierno de turno minimiza la situación, y retuerce las verdades con medias palabras y malabarismos semánticos que acaban desconcertando al ciudadano, que ni entiende lo que le dicen, ni ve reflejado en lo poco que entiende su realidad del día a día.

Finalmente, entre unos y otros acaban por preparar un cóctel de exageraciones, engaños y medias verdades que no convence a nadie, que sólo provoca miedo y, como el dinero es cobarde, se retraen aún más la inversiones, se reducen aún más los gastos, y se entra en una espiral de pánico que no beneficia a nadie.

Como mucho, al político arribista.

martes, 15 de julio de 2008

Machistas

— No puedo tío, te juró que no puedo.
— ¿Que te pasa? —Pregunto sorprendido. Mi amigo y yo estamos tomando unas cañitas, charlando de lo que charlan dos hombres después del curro en un bar cualquiera de una zona cualquiera. Entonces capto su mirada que atraviesa mi hombro y se fija en algún objeto a mi espalda, me doy la vuelta sin disimulo y comprendo. Es una de esas mujeres que provocan las guerras del termostato, por las que el macho encorbatado sufre los rigores del verano antes que permitir que una ráfaga de aire frío y artificial roce sus delicados hombros. Luce un vestido ajustado hasta el límite de la decencia y unas formas que arrastran mucho más allá de ese límite la imaginación de cualquier hombre que se precie. Sonríe al camarero que se desvive por atenderla y segura de sus armas, pide una coca-cola light.
Me doy cuenta de mi atontamiento está excediendo toda norma de buena conducta y vuelvo a mirar a mi amigo que en su privilegiada posición disimula, o eso cree, disfrutando de las vistas.
— Mira —insiste—, es llegar la primavera y se ponen... Es que me gustan todas, sacude la cabeza y empina un trago de la caña.
Mi amigo es un hombre felizmente casado, obediente, como todos, a su mujer y sin más conflictos que los derivados de sus muchos años de servicio.
— Hay días que comprendo a los moros —continua su reflexión.
— ¿Que chorradas estás diciendo? —replico.
— ¡Joder! que se pongan una chaquetita o un algo.
— Tú lo que estás es más salido que el pico de una plancha.
— ¡Coño! y ¿quien no? con eso delante.
— Eso —remarco— es una persona no una cosa.
— Lo que tu digas pero está para mojar pan.
Córtate un pelo que te va a oír.
Vuelve a sacudir la cabeza y a tirar de caña, le acompaño en esto último.
Apurado el trago asiente ahora con gesto culpable.
— ¡Joder! Si a mi me parece bien todo eso de la libertad y la igualdad, pero ¡Leches! No se pueden pedir peras al olmo.
— Eres es viejo verde y un carcamal.
— ¿Y que quieres, que me la corte?
— Para lo que la usas.
— Que no, que es que vas por la calle y...
— Creo que a ellas les pasa lo mismo —digo por igualar las cosas.
— ¿El qué?
— Que también les gusta mirar a los tíos buenos.
Echa un rápido vistazo al resultado, rebosante sobre los cinturones, de muchas horas de esfuerzo en esa y otras barras, sonríe con tristeza y vuelve a la cerveza.
— Tienes razón —afirma con rotundidad después de un largo trago— eso es lo que somos, viejos verdes y salidos, restos a extinguir de tiempos antiguos.
El alcohol debe haberle vuelto filósofo.
— Lo digo en serio —sigue a lo suyo— no soy más que un cabrón machistas, debería ir al médico a que me traten.
— Tu lo que estás es cada día más gilipollas —zanjo— anda pídete otro par de cañas.
Pero el no me oye, el objeto de nuestra conversación ha terminado su coca-cola y se marcha esplendorosa, arrastrando tras de si las miradas y la fantasías de todos los cabrones machistas del bar.

lunes, 14 de julio de 2008

Ironman.

Es por la mañana, de camino a dejar a mis hijos en un polideportivo donde realizan actividades de verano y continuar después hacia el trabajo. Además el Lunes, que más decir.
La calle es larga y recta, con semáforos, pasos de peatones, coches aparcados a la derecha y la inevitable doble fila que reduce a un carril los tres dibujados por las líneas en el asfalto. El tráfico en el julio madrileño no es demasiado denso y con un poco de calma, prudencia, atención y buen hacer se pueden sortear los obstáculos y avanzar a buen ritmo sin damnificar a nadie, dejando pasar a este que sale de un aparcamiento o ese otro que se queda atascado ante el inesperado bloqueo de su carril por que un colega conductor ha decidido parar justo frente a la puerta de su bar a tomar café o, siendo “biempensados” recoger a algún pariente mayor o cargado de equipaje.
En fin, una por ti otra por mi, todos vamos tirando a una velocidad razonable, casi la permitida, parando al ritmo del semáforo del fondo o cuando algún peatón ejerce su inalienable derecho de cruzar al otro lado de la vía.
Todos menos él.
Es negro, el coche claro, una especie de deportivo, lo descubro de repente pegado a mi culo, al de mi vehículo que esta es otra palabra delicada. “Si freno me endiña por detrás”, calculo. Par evitar tal circunstancia impido a un viandante ejercer el derecho antes dicho, me excuso con la mano y vuelvo a mirar al retrovisor. Mi perseguidor ya no está, ha aprovechado un hueco entre dos “doblefila” y ahora lo tengo justo a la una, que dicen los pilotos de combate y, sin duda por la necesaria rapidez de la maniobra, no ha podido hacer uso del intermitente para indicar que se dispone a cruzar al carril izquierdo, a una zona que según uno de esos estúpidos principios físicos de exclusión no pueden ser ocupados por dos objetos similares a la vez. Freno, que remedio y aguanto u exabrupto.
Debe llevar mucha prisa, no he visto su cara, no puedo saber que angustia le corroe, quizá traslade a un enfermo al hospital, aunque no luce las alarmas ni toca el claxon, tal vez llegue tarde a embarcar en su vuelo de vacaciones, a una importante cita o su jefe le ha dando el último avisó antes del despido fulminante si vuelve a fichar más tarde de la hora de entrada. Una terrible congoja, ansiedad, zozobra o desesperación que le arrastra en zigzag por la avenida jodiendo el ritmo de los demás y provocando el atasco que un momento antes no existía.
En estas reflexiones, le veo alejarse con sus maniobras de esquiador de supergigante y vuelvo a centrarme el lo mío. Después del primer semáforo la calle se ensancha y prudente, me inclino por la derecha, (de la vía, vuelvo a matizar otra de esas palabras ambiguas), es el carril que usan los autobuses urbanos y los turismos huyen de el como de la peste, pero yo, veterano en esta calle y en estas horas, se que sólo son dos paradas, que el éxodo hacia la izquierda (supongo que esta vez está claro que hablo del carril) y el siguiente semáforo, permite al transporte público y a mi bajo su protección, avanzar a mayor velocidad que la otra mano, incluyendo los tiempos de carga y descarga de viajeros.
Continúo pues mi camino tranquilo y sosegado, incluso los niños están relajados esta mañana, por haber dormido menos el fin de semana o por la tranquila música de la radio, es igual, al final de una larga y suave cuesta me toca ser el primero frente a la luz roja, un metros más adelante está mi primer destino y... ¡Vaya! Justo a mi izquierda, víctima de la caótica matemática del tráfico, esta él. No puedo evitar una amplia sonrisa. Ahora sí tengo tiempo de estudiarle: es un hombre de treinta y tantos, de aspecto normal, tenso frente a su volante. El también me mira, pero no capta la fina ironía de mi gesto, concentrado como está, esperando el banderazo de salida. Va solo, no le acompaña ningún enfermo, ni parece vestido para unas vacaciones, tal vez sea lo del trabajo.
Luz verde, zaaaas, me saca varios cuerpos y desaparece por un túnel, yo señalo la maniobra y me detengo a la derecha, en una zona de aparcamiento no vayáis a pensar mal. Dejo a mis hijos y continúo con mi duda, tan buena como cualquier otra para un lunes por la mañana, ¿Que le pasará a este pobre chico? En el fondo tengo que ser comprensivo porque conozco la respuesta, es un síndrome que yo también en padecido alguna vez, no es el de Fernando Alonso, el síndrome de Ironman, conozco esa sensación de vestir un traje de hierro, ruedas y motor de explosión, de superar la triste condición humana y sentirme, por un momento, el más poderosos del universo.

jueves, 10 de julio de 2008

POR QUÉ ME GUSTA PÉREZ-REVERTE

Hay cosas que a uno le cuesta mucho explicar. En mi caso, me gustan los libros y las reseñas periodísticas de este señor. Personalmente y aunque no tengo el placer de conocerle, me parece arrogante, borde, parcial y ególatra. Sus opiniones, en más de los casos, me ponen ciertamente nervioso. Me cae mucho mejor, por poner un ejemplo, su amigo Juan Eslava Galán, a quien sí tuve el placer de conocer en una feria del libro y que me pareció una persona encantadora, educada, agradecida y con un gusto culinario excelente.
Y sin embargo, me compraría antes y a ciegas un libro del primero antes que del segundo. ¿Por qué?.
Lo curioso es que no me gusta todo lo que escribe. Ciertas novelas suyas me parecen “fallutas” (palabra de mi invención que proviene de una conjunción de las palabras fallida y puta). Y sin embargo otras me parecen auténticas obras geniales. Por ejemplo “La Reina del Sur”, sin ser un referente en la literatura castellana, me la leí de un tirón y me dejó sin aliento. Es como si un español rodara Uno de los Nuestros y encima le saliera bien. Otro ejemplo sería el relato “La Sombra del águila”. Por fin alguien que se atreve a hablar de una época histórica que no sea la guerra civil o la transición o la movida madrileña.
Lo que me atrae de sus novelas y de sus historias es que carece de complejos. Tiene amigos de izquierdas y de derechas, casi tanto como enemigos de ambos bandos. Le importa una higa lo políticamente correcto y es capaz de llamar cenutria a una ministra o tontolaba a un conductor que no le permite cambiarse de carril. Y al mismo tiempo puede ser leal con un travelo al que no ha visto en 15 años y comprensivo con un militar más franquista que Franco.
El caso es que podría contarles que este señor me gusta porque habla de cosas que me interesan. Cierto es que no siempre le sale bien, pero en muchas ocasiones coincido con lo que piensa y escribe.
Esta justificación absurda del porqué me gusta este autor, es casi la misma del porqué me gusta Heinlein, o por qué me pone cachondo la cabalgata de los Rohirrim, o por qué se me saltan las lágrimas cuando el facha de Errol Flynn se lanza a lo loco contra una batería de cañones rusos en la última carga de la caballería ligera.
Solo que este, el tal Pérez-Reverte, a pesar de ser un pesimista nato, un irremediable jacobino corta-cabezas y un insoportable misántropo, también es de aquí y al mismo tiempo ama a su país e insulta a todo hijo de vecino, no se sabe muy bien por qué. O sí se sabe, pero al menos tiene el coraje de decirlo.
Y por último, me gusta porque escribe lo que le sale del miembro/a. Lo mismo que me gustaría hacer a mí, pero no tengo ni los huevos ni los conocimientos necesarios para hacerlo.
Lo dicho. No es personalmente mi héroe y probablemente me daría de hostias si se cruzara en mi camino. Pero me gusta. Paradojas de la puta vida.

Manuel Nicolás Cuadrado

A QUIEN CORRESPONDA: QUIERO SANGRE

Estimados directores de cine españoles:

Sé que nuestras relaciones no empezaron con buen pie, por decirlo de una forma suave, porque a mí me educaron en la buena y vieja escuela del cine de aventuras clásico y tuve la mala suerte de nacer en 1970, así que por la época en que comencé a comprarme yo solo las entradas, ustedes estaban a sus cosas y yo a las mías. Ustedes con Pedro Almodovar y yo con James Cameron. Vale, vale, lo comprendo y lo respeto, no tengo nada en contra del manchego. Sólo que a mí me gusta la sangre y la violencia. Ya ven, qué cosas.

No soy muy exigente, ¿saben? Únicamente ―ya lo tengo escrito por ahí―, necesito odiar al malo por motivos claros y contundentes y desde luego una buena historia, porque para mata-mata sin sentido ya tengo Return to Castle Wolfenstein. Ni siquiera pido una historia original, sólo pido que sea buena. Y ya está. Hay quien se emociona viendo Tomates verdes fritos. A mí me emociona Grupo salvaje.

Y, claro, apenas necesito recordárselo, ustedes no hacen de esas. No, está bien, no me pongan esa cara, lo entiendo. Cada uno a lo suyo y todos felices, tiene que haber todo. Tampoco les he tenido completamente abandonados; disfruté mucho con Belle epoque y El amor perjudica seriamente la salud y con alguna más que ahora mismo no recuerdo, porque no sólo de tiros vive uno. Sólo que siempre que he querido ver una buena película de acción he tenido que pagar por ver una norteamericana. No, tampoco tengo ningún problema con eso.

Bueno, no lo he tenido hasta ahora. Pero es que uno ya no tiene veinte años y se fija en cosas. Cosas que antes no le importaban.

Esos cafés aguados con canela y crema de leche en enormes vasos de plástico (¡Por los clavos de Cristo, café en vaso de plástico…!). Esos niños tontosajónicos que se pasan toda la puñetera película lamentándose de que su padre no fue a ver su función de final de curso. Esas familias perpetuamente rotas, que se pregunta uno si habrá una sola normal en todos los estados de la Unión. Esa falta de imaginación para decir palabrotas. Esa manía de hacer chistes en el momento más dramático. Esas calles de Nueva York y Los Ángeles que nunca he pisado y que tengo más vistas que el TBO.

Oigan, yo estoy harto. Tengo ganas de ir al cine a ver una de las mías. De mi gente y mi cultura. Una de sangre de aquí. No, no de la Guerra Civil, que les conozco. Me engañan con que va a ser de guerra y luego tratan de un crío pajillero que espía a su prima mientras se baña. Una de guerra y sangre de verdad, protagonizada por españoles. Y si tiene que ser de la Guerra Civil, que sea una batalla, que hay muchas. Nada de gente pasando hambre, que eso ya me lo contó mi abuela. Y con mucha sangre, si puede ser. Mucha. Oigan, yo he estudiado historia. Fui un pésimo estudiante, pero recuerdo lo suficiente para saber que tienen material de sobra para hacer muchas buenas películas sangrientas. No, ya sé lo que están pensando. Esa no. Sí, me gustó pese a todo. Pero una batalla no son cuarenta tipos en un secarral. Y ya que estamos, ¿no podrían haber elegido una victoria? Anden, no sean cicateros, que nos merecemos verlas de cuando en cuando. Y si no, invéntensela, como hacen los yankees. O utilicen a los socorridos alienígenas, que no se quejan (todavía). Pero por favor, hagan una de tiros. Pero muchos tiros. A saco. Mazo de tiros. Prometo ir a verla al cine y comprar en DVD todas las sucesivas reediciones esta-sí-que-es-la-definitiva. Y por el bigotito de Errol Flyn que no vuelvo a ver cine americano. Bueno, alguna de cuando en cuando, eso sí, no se pasen.

Les agradezco de antemano la atención prestada. Atentamente:

Mario Moreno Cortina

martes, 8 de julio de 2008

Perfil del Tertuliano Canalla (2ª parte, eso de la tecnología)

La nuestra es justo la generación pre-tecnológica, pero de las tecnologías de nueva generación, no se vayan a confundir con aquella asignatura preconstitucional que venían a ser los trabajos manuales de toda la vida revestidos de seda para que parecieran abrir puertas a no se sabe muy bien que vocaciones industriales.

A nosotros se nos enseñó a escribir con cartillas Rubio, con lápices Alpino y bolis Bic Cristal, y los libros de texto de Bruño, Santillana y Edelvives nos aburrieron mortalmente durante aquellas jornadas de escuela tardo franquista. Las nuevas tecnologías se reducían a los Bic Naraja punta fina y unos asombrosos Rotring capaces de trazar líneas perfectas sin temor a los borrones inevitables de los arcáicos tiralíneas en manos infantiles.

La informática ya nos pillo talluditos, en el final de la adolescencia y a punto de sufrir el servicio militar (obligado en la época) Al volver hechos unos hombres (es decir; picardeados, gordos y un tanto alcohólicos) a la vida civil de aquello primeros años ochenta. Sin embargo, antes de pasar por el trance, yo ya había olido de cerca uno de esos cacharros. Durante las prácticas el profesor puso a nuestra disposición su fantástico ZX81, con un vertiginoso procesador de 3,5 Mhz (si, megahercios, no gigahercios) y 1 Kilobyte (efectivamente, nada de megas ni gigas) de RAM. Desde entonces, enganchado para toda la vida al vicio este de las pantallas y las teclas.

La cuestión es que la nuestra fue la generación que abrió el fuego, que se vio enfrentada a reinventarse y a asumir como herramientas de trabajo una de las máquinas más complejas que ha fabricado nunca el hombre. Porque esto de las nuevas tecnologías se fundamenta en la interrelación de decenas y centenares de componentes y sistemas con humor propio y funcionamiento al límite de lo esotérico. Antes, cuando la "máquina" fallaba había una razón clara y razonable. Con las nuevas tecnologías no. La máquina falla y... vaya usted a saber porqué.

Eso, unido a la típica desconfianza que surge del complejo de Frankenstein ha hecho de nuestra generación un grupo heterogéneo de sufridores y usuarios de estas nuevas tecnologías, que las han adaptado a su forma de pensar y su ya lejana educación. Con las obvias excepciones, es una generación que no moldea, ni crea, ni ve más allá de la tecnología. Antes, las cosas de hacían de una manera con papel u lápiz, ahora, se hacen prácticamente de la misma manera, más rápido y con menos lugar a errores, con unas u otras maquinitas.

Tenemos muy poco que ver con las generaciones que ya ha nacido, crecido y se han educado inmersas en este mundo digital. Ellos si que moldean las máquinas a su gusto, estiran sus posibilidades, viven inmersos en una forma de entender el mundo que ha convertido a los teléfonos móviles, las mensajerías, los chat, la electrónica en general en un fin, no en un medio, dándole a veces usos inimaginables. Los pobres, nos creen viejos y caducos porque no entendemos mucho de lo que hacen, que esperen a ver como sus hijos, traídos al mundo por unos padres digitales y criados (que los criarán) por unos abuelos que conocen algo de lo que va la cosa dirán de ellos.

El caso es que a nosotros estas tecnologías nos han servido para aglutinar un grupo relativamente homogéneo, con intereses comunes, ideología cercana y gustos parecidos. Nada que no ocurriera en el "pasado", pero acelerado y potenciado por esas herramienta modernas que son Internet y los móviles.

Costumbres y hábitos de siempre, formas nuevas de hacer las cosas.

lunes, 7 de julio de 2008

Soldados de mantequilla

Acabo de leer una noticia en El País que seguro que les interesará: la cadena de pago norteamericana HBO, responsable de alguna de las mejores series de ficción de la historia, como Hermanos de sangre, The Wire o Angels in America, está a punto de lanzar una miniserie de siete episodios titulada Generation Kill. La acción al parecer transcurre en el año 2003 en Bagdad y se centra en la experiencias de un grupo de marines. Tratándose de la HBO y de Ed Burns y David Simon, creadores de la mencionada The Wire (una serie que les recomiendo encarecidamente) uno puede suponer dos cosas: la primera es que el tono general será muy crítico con el presidente Bush y la segunda, que la calidad será excelente.

Pero yo no pienso verla. Por la misma razón que no he visto En el valle de Elah (Paul Haggis, 2007) ni Redacted (Brian de Palma, 2007) ni ninguna otra de esas películas ―cuya calidad desconozco― que se han estrenado últimamente para sacar dinero del fracaso norteamericano en esa guerra en la que nadie les pidió meterse. Y no voy a ver Generation Kill (como no he visto a sus compañeras) porque llega tarde, con la popularidad del presidente Bush en horas bajas y cuando otros habían tirado la primera piedra, cuando no hay nada que perder vapuleando a un tipo del que se burlan hasta en su propio partido. Porque los norteamericanos siempre rentabilizan sus derrotas militares en el cine y estoy harto de que me hagan creer que realmente hay “otra América”. Y sobre todo, porque el tema de todas ellas es “¡dios mío, qué mal lo están pasando nuestros muchachos!”. Porque los norteamericanos, desde hace ya mucho tiempo, sólo están dispuestos a ir a la guerra y apoyar a su presidente y colocar la bandera americana en la puerta de su casa si todo el dolor, la muerte y la desesperación se la lleva algún país tercermundista, pero salen corriendo con el rabo entre las piernas al menor asomo de que las cosas se ponen feas para ellos. Entonces, cuando se dan cuenta de que hacer una guerra no es únicamente bombardear fábricas desde veinte mil metros de altura, que antes o después la infantería debe arriesgar la vida (infantes de un ejercito profesional y voluntario, no lo olvidemos, no pobres desgraciados arrancados de sus hogares) es cuando los aguerridos marines yankees vuelven a casa, se pintan la cara y se hacen pacifistas, porque el moro malo les ha hecho pupita. No porque sean realmente pacifistas, sino porque creían que les enviaban a un desfile, o quizá a una película de John Woo donde el protagonista pega muchos tiros y nunca recibe ninguno y se encontraron con que los iraquíes no se dejan matar a cámara lenta.


No se confundan. No esperen ver ninguna película norteamericana que trate del desastre y el caos en el que ha quedado sumido Irak por culpa del presidente Bush y la nación que, sin oposición ni condiciones, le apoyó. Eso que les venden como pacifismo no lo es. No es más que el lamento de una panda de soldados de mantequilla, de una nación sin alma y sin coraje, lamentándose porque la guerra no es otro bello espectáculo de Hollywood.

miércoles, 2 de julio de 2008

PERFIL DEL TERTULIANO/A CANALLA (1ª PARTE DE LA PARTE CONTRATANTE)

Es menester explicar detalladamente qué es, para qué sirve y cómo se ha originado el fenómeno del Tertuliano Canalla.
Hace mucho, mucho tiempo, en una lejana galaxia, varios conocidos se reunieron en un bar. Cada uno de ellos eran de su padre y de su madre, de distintas generaciones, de distintos orígenes y variopintas ideologías. Hay quien pueda preguntarse qué narices tenían que ver unos con otros. Lo cierto es que después de aquella “quedada” empezaron a quedar más, hasta producirse un acuerdo mutuo de reunirse al menos una vez al mes. Pasaron los años y esas reuniones de conocidos pasaron a ser, por qué no decirlo, reuniones de amigos.
La amalgama que los une, el cemento que los fragua, el alcohol que los destila es eso inexplicable que tanto llama la atención a los extranjeros europeos sobre nuestro carácter. Podría llamarse, por ejemplo, la necesidad sociable mediterránea, o el gusto por compartir gustos, o el ansia de relatar vivencias. Cualquier cosa es válida. En este caso, además, existe un componente llamémosle académicamente “especializado”, popularmente “friqui” y entre nuestro reducido número de seguidores, esa cosa llamada “ciencia ficción”.
Es cierto que en la Tertulia Canalla en muchas ocasiones ni mencionan a Luke Skywalker, pero tampoco hay que olvidar que fue la ciencia ficción quien hizo posible que se reunieran.
Aclarado esto, también hay que decir que existe un componente de tipo alcohólico en dichas reuniones. Mi señora mujer opina que esta es la verdadera razón por la que la Tertulia Canalla se reúne. Y no seré yo quien a estas alturas del partido la contradiga. Pero hay que aclarar que es un componente más de la reunión, que alegra los gaznates y suelta las lenguas. De hecho los miembros/as de la Tertulia están más lúcidos cuando comparten bebidas espirituosas y fermentadas, aunque, todo hay que decirlo, ya no tienen 20 años y al final de las reuniones el estado en que se encuentran es francamente lamentable.
Y dicho todo esto, vayamos al meollo de la cuestión e identifiquemos claramente el perfil profesional de los tertulianos.
Se ha mencionado en alguna de las reuniones que el tertuliano canalla debe de tener varios componentes comunes. A vuelapluma podrían ser:

Factor literario
Factor cinematográfico
Factor televisivo
Factor ideológico
Factor tecnológico
Factor personal

El componente literario es tal vez y por influencia directa de la página web fundada por FJSI, el más “intelectual” de los temas tratados. Casi todos los componentes de la tertulia tienen antecedentes o cuando menos son sospechosos de haber escrito algo en su vida, aunque sea de manera no profesional. Yo no me encuentro capacitado para desarrollar más este tema, así que dejo a Mario Moreno la labor de hacer una segunda parte que hable sobre este particular, si le apetece y le place, claro.
El componente cinematográfico es también ampliamente discutido y debatido en la Tertulia Canalla. Aunque me gusta especialmente este tema, dejo a Carlos Atanes, que es realmente el profesional del asunto, el que pueda, según su experiencia, valorar las chorradas que decimos sobre la cinematografía en general.
El componente televisivo es también tratado en las tertulias. Me gustaría que fuera Jacinto Muñoz quien dijera algo sobre el particular.
No hay discusión que se precie en la que no se hable de política, historia y demás zarandajas. Me gustaría ser yo quien desarrollara un pequeño resumen sobre las mismas, con todos los respetos hacia las expresiones particulares de cada uno.
Como no, el componente tecnológico es una chorrada que me he inventado para dar entrada a FJSI. Si uno lo piensa, no es que estemos debatiendo sobre la fusión fría constantemente, pero sí los canallas se reúnen es porque hay una cosa que se llama internet. Que lo explique el aludido, que para eso (NO) le pagan.
El componente personal creo que se entiende fácilmente, porque se practica en cualquier reunión social que se precie. Al final, o incluso al principio, cualquier componente de la Tertulia se pone a hablar de su vida personal. Y aquí no pienso dar la responsabilidad de explicar nada. Quien quiera saber algo, que se venga a la Tertulia Canalla.

PD: Habrán notado la carencia de miembras en la Tertulia. Pero no es del todo cierto. Existe una mujer (y a veces incluso otra) que de vez en cuando se pasa por alguna de las reuniones. Lo que sigo sin entender es lo que le fascina de nuestras charlas.


Manuel Nicolás Cuadrado

martes, 1 de julio de 2008

CUANDO APRIETA “LA CALÓ”

Madrid, 01 de julio de 2008. Centro de la ciudad. 11 de la mañana. Estoy trabajando y tengo que ir desde el INEM de Alberto Aguilera hasta la sede del Parque Móvil del Ministerio de Medio Ambiente. Hasta la boca del metro hay unos 250 metros. Voy rapidito porque tengo que estar en Boadilla a las 13 horas. Hace un calor de tres pares de narices. Aunque voy en manga corta y pantalones de verano, me asfixio. Comienzo a sudar como un cerdo. Confío en la refrigeración del metro para bajar calorías. En el vagón que cojo de la línea 6 el aire acondicionado ha muerto de inanición. Todos los viajeros sudamos sobre lo ya sudado y empezamos a poner caras de beduinos saharauis. El trayecto es hasta Nuevos Ministerios. A la altura de Ciudad Universitaria el calor es insoportable. Cuando llegamos a Guzmán el Bueno una señora se abalanza sobre un niño para quitarle el biberón, desenroscar la tetina y echarse el zumo de pera en la cabeza, a ver si eso le refresca un poco. Cuando por fin llegamos a mi destino, no tengo fuerzas para apretar la palanquita que abre la puerta batiente del metro. En la estación se aglomeran cientos de adolescentes ardientes que todavía están celebrando la victoria de la selección de fútbol. Casi tengo que sacar mi sable de húsar napoleónico (no salgas de casa sin él) para abrirme paso entre la multitud. Afortunadamente estoy tan sudado que me deslizo fácilmente entre los miembros y miembras de la mejor afición del mundo y por otra parte la más borracha del mundo también.
Salgo de la boca de metro y la fuerza del sol me pega en toda la jeta, como si un Thysson flamígero me soltara un upper-cut en el colodrilo. Hay unos 500 metros hasta el puto Parque Móvil y tengo que callejear buscando el puto portal. Un jubilado sentado a la puerta de su casa en una silla plegable de playa se descojona de mi aspecto acalorado y me da un consejo a gritos, de esos que las personas mayores parecen coleccionar durante 60 años para soltarlo a la menor oportunidad: “ve por la sombra chaval, no te vaya a dar un jamacuco”. El chaval de 41 años en cuestión está a punto de sacar la navaja albaceteña de tres palmos de hoja (no salgas de tu barrio sin ella), pero se reserva la ocasión por carecer de fortaleza física y mental para sacar la “cheira”.
Al final llego al portal del maldito Parque Móvil. Intento pulsar el timbre del telefonillo pero me resbalan los dedos por el sudor. Con mi pañuelo me seco como puedo. A la altura de la cara el pañuelo parece una esponja de las islas Fidji. Oigo el brrrrrrr de apertura. Abro el portal. Hay una recepción con una pecera de cristal de seguridad tras la que se parapeta una segurata rubia de al menos 1,87 X 1,25 m de envergadura, que me mira con esa cara de fastidio que a uno se le pone cuando te llama un operador de telefonía a las 4 de la tarde de un viernes para proponerte una oferta de ADSL + LLAMADAS que no puedes rechazar. Pongo mi mejor cara simpática. En la recepción el aire acondicionado está a toda castaña y empiezo a encontrarme mejor. Al acercarme a la pecera observo una bandera nacional con la gallina imperial alojada en su centro. A pesar de la agradable temperatura empiezo a sudar otra vez. La segurata se levanta sacándome una cabeza y media. Al hacerlo me fijo en que deja un libro en el mostrador. Con esa curiosidad literaria que me caracteriza y que me pierde, me doy cuenta de que el autor es Pío Moa. Los chorretones de sudor me empapan hasta los pantalones. La segurata, con esa formación integral adquirida en la real academia de seguratas, me grita: “¿qué desea?”. Sin embargo, tanto por la entonación como por el énfasis de la frase, suena realmente a: “¿QUÉ COJONES QUIERES, PESADO DE MIERDA?”.
Intento explicar a la vigilante jurado que he quedado con el jefe de servicio D. Indalecio, para recuperar unos avales de garantías provisionales por ser licitadores en varios concursos. La segurata se alarma porque no ha entendido una palabra de lo que le he dicho. Dudando entre sacar la porra o coger el teléfono, al final coge el teléfono y le cuenta a un funcionario de la tercera planta (Toño) lo que le he contado yo, pero alterando gravemente el orden de las palabras, con lo que al final queda en: “oye Toño, que aquí hay un tío que dice haberse quedado con las garantías provisionales de D. Indalecio para poder presentarse al concurso de jefe de servicio por ser licitador en una recuperación”. Casi después de escuchar a Toño, cuelga el teléfono, me pide el DNI, me advierte que está caducado y que podría incurrir en un delito de indocumentación grave y me indica que suba a la tercera planta, donde tendré que explicarle a Toño como he podido quedarme con las garantías provisionales si D. Indalecio se ha ido esta mañana de vacaciones a Benidorm.
Encuentro el ascensor y me introduzco en su interior. Cuando se abre la puerta en la tercera planta siento como una patada de calor bochornoso me recorre otra vez el cuerpo. Intento descubrir el origen de la explosión térmica y descubro que toda la planta tiene las ventanas abiertas. Me puedo imaginar perfectamente como sería el mismo infierno en su apogeo: la tercera planta del Parque Móvil del Ministerio de Medio Ambiente. Me hubiera gustado preguntarle a alguien como era posible aguantar tanto calor, pero resultaba que, aparte de 16 puestos de trabajo perfectamente estructurados y amueblados, allí no había ni dios. Y así me quedo, de pie, en medio de la sala, en un estado de catatonia calorífera, esperando el milagro de que alguien me atienda.
A los 15 minutos de espera, aparece como por ensalmo, un señor bajito, trajeado e impoluto. Por su aspecto, el calor no le afecta en absoluto. Se mueve con soltura y en su rostro no hay ni una gota de sudor. Sin duda es un alienígena con refrigeración interna, contratado ex profeso por el Parque Móvil. Intento explicarle mi cuita, que a resultas del calor comprendo que suena a un galimatías incomprensible. Pero tienen que entenderme. El calor me había frito los sesos. El hombre y/o extraterrestre me hace un gesto de encogimiento de hombros y me dice: “lo siento, los funcionarios tienen horario de verano y solo hay atención al público de 10 a 11 de la mañana. D. Indalecio está de vacaciones. Yo soy Toño, el Ujier y me pagan horas extraordinarias, pero no llevo su expediente. Mejor vuelva usted mañana”.
A pesar de la explicación nauseabunda que acaba de soltarme, no me extraña en lo más mínimo lo que me cuenta, así que le pregunto en mi mayor estilo kafkiano: ¿Cómo es que tienen las ventanas abiertas?. El Ujier, poniendo cara de disgusto, va y me dice: “son las pelmas de las administrativas, las dejan abiertas para que corra el fresquito, por mi las cerraba todas”. ¿Y no tienen aire acondicionado?. Pregunto yo con voz de gilipollas. ¿Y pillar un virus como la legionela?. Me contesta el alienígena.
Así que en ese momento saqué mi AK-47 (no salgas de tu comunidad autónoma sin él) y me cargué al peligroso extraterrestre, aprovechando la cadencia del fusil de asalto para destrozar la planta tercera del Parque Móvil del Ministerio de Medio Ambiente.
Bueno, lo cierto es que no hice nada de eso. Aunque ganas no me faltaron. Y me cago en el calor, en el verano y en todo lo que se menea.

Manuel Nicolás cuadrado