jueves, 26 de junio de 2008

El plagio considerado como una de las bellas artes

En el año 29 a.C., el emperador Augusto era plenamente consciente de que con él se iniciaba una nueva época y un nuevo orden político en Roma. Para dar legitimidad mítica y artística a la tiranía que había enterrado la República encargó un poema épico a un antiguo amigo suyo, un abogado frustrado llamado Publio Virgilio Marón.

El bueno de Publio empleó más de una década en componer uno de los poemas épicos más amanerados, insoportables y carentes de fuerza de la historia: La Eneida. El resultado debió agradarle tan poco como a mí, porque en su lecho de muerte mandó quemar el manuscrito a un amigo que claramente no era persona de fiar. Un feo defecto al que sin duda añadía el de tener un pésimo gusto literario, porque desoyó la promesa hecha a un muerto y ayudó a la transmisión de un texto perfectamente prescindible.

Si son de los que eligieron el BUP de Letras como yo y pasaron muchas horas peleándose con el Latín de Virgilio recordarán el texto perfectamente. Virgilio dividió su obra en doce cantos, siendo los seis primeros una reelaboración de la historia de la Odisea y los seis siguientes, de la Iliada. Quizá no hubiera podido ser de otra forma, porque la Roma del siglo I seguía mirando hacia Grecia, y Homero constituía un referente demasiado poderoso para sustraerse a él. Pero no se trataba únicamente de recurrir a un modelo artístico de prestigio; ya hemos visto que Augusto quería sancionar su régimen rodeándolo de una aureola mítica y señalar a uno de los héroes de la Guerra de Troya como antepasado es una forma tan buena como cualquier otra de hacerlo.

Sin embargo, todo esto no es más que cháchara, porque hoy día, únicamente los especialistas prestan atención a estas cuestiones. Caído el imperio que levantó Augusto, sólo ha quedado la obra de Virgilio, desgraciadamente perpetuada por un mal amigo. Y el principal comentario que merece hoy día es que es un plagio de los cantos homéricos. Y ni siquiera especialmente bueno.

Decir que la Eneida es un plagio puede sonar quizá un poco duro, quizá ridículo, como una de esas afirmaciones vacías hechas sólo para atraer la atención. Pero es que desde el punto de vista moderno es exactamente eso. Sólo que en la época de Virgilio y durante muchos siglos después, el plagio no era un delito y ni siquiera estaba del todo mal visto.

Según la Real Academia de la Lengua, el plagio se define como “Copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias”. Para nosotros, hijos putativos de la Ilustración y la Revolución Industrial, eso suena muy mal. Suena a robar y nuestras madres nos daban tortas en la mano cuando la alargábamos hacia lo que no nos pertenecía. Robar, eso es lo que significa plagio. Virgilio robó a Homero. Le mangó sus dos obras, las únicas suyas que nos han quedado y las hizo pasar por propias. Chist. No lo vayan contando por ahí, hay quien busca excusas más tontas aún para recaudar y no queremos molestar al bueno de Virgilio.

Sé lo que están pensado: este tipo es gilipollas. Virgilio robando a Homero. ¿Y qué más? Sé porqué lo piensan, aunque ustedes quizá no. En aquella época impensable porque entonces el Arte no era una propiedad regulada por la Ley. Si te gustaba la historia de un tipo, tú eras libre de intentar contarla de otra forma, porque no le pertenecía. No de la misma forma que le pertenecían su toga y su mula.

Pero el plagio no es un delito hoy en día únicamente porque las editoriales, productoras y discográficas quieren proteger su producto y sus beneficios utilizando a los pobres autores de escudos humanos. Es también el fruto de una evolución en la imagen pública del autor, que de artesano que transmite y reelabora materiales heredados de generaciones anteriores, pasó a ser una figura individualizada, creadora y semidivina, que dona a la Humanidad los frutos de su inmaculada concepción. Un proceso, por cierto, que ya estaba en marcha cuando Virgilio el Ñoño creó la Eneida, pero dejemos eso para otro día.

Hoy en día hay que andarse con pies de plomo a la hora de crear una historia. Siempre hay un sheriff al acecho para señalar que aquella idea ya había sido usada en tal película o novela. Ser pillado en el acto de plagiar/robar es arriesgarse a perder tu halo divino de hierofante y caer en el mismo tacho que Ana Rosa Quintana, no importa cuanto grites y patalees.

Y sin embargo, hay dos excepciones a la regla. Una goza de gran prestigio intelectual, sobre todo porque ha dado lugar a algunas obras maestras (y también algunos tostones, porque no decirlo): se trata de utilizar una obra clásica de reconocido prestigio como esquema general semioculto en cultas referencias textuales: El Ulises de Joyce y la magnífica película Oh, Brother!, de los hermanos Cohen, roban a Homero tanto como hizo Virgilio. Sólo que lo hacen de una forma sutil. Sí, yo tampoco pude terminar el Ulises, pero sigamos con lo nuestro.

La otra excepción no goza de tanto prestigio y suele caer mal: es la parodia. La Ley de Propiedad Intelectual reconoce que la parodia no es plagio. Por eso puedes aprovecharte del éxito de una buena película y escribir algo titulado El sopor de los anillos (o algo así, no me he molestado en comprobarlo). Porque la ley lo permite. Si escribes una novela sobre dos enanos llamados Trolo y Jam que tienen que tirar un anillo a un volcán y tienen muchas aventuras por en medio y lo titulas La aventura del anillo, los herederos de Tolkien pueden joderte tanto que no podrás sentarte nunca más. Pero si metes entre medias algunos chistes sobre pedos y George Bush, entonces ¡ah! puedes hacerlo, porque entonces es una parodia y es legal.

Pero yo creo que el plagio es una forma legítima de crear. Entiéndanme, no copiar y pegar texto como cuando hicieron su tesis. Hablo de tomar la historia que hizo otro y crear tú algo nuevo con ello. Eso fue lo que hizo Virgilio y muchos otros después de él. Lo hizo Thomas Malory cuando escribió La muerte de Arturo, y John Steimbeck siglos después plagió al plagiador. Y ambos gozan del beneplácito de académicos y estudiosos. ¿Por qué no? El autor no es tan importante. Tiene derecho a gozar de los beneficios económicos que le reporte su obra (aunque hay quien va diciendo por la red que no debería ver un duro) incluso a hacerse millonario si puede. Pero no tiene derecho a esperar que su idea sea enterrada con él. Es injusto y tonto. Dos mil años de Arte Occidental lo dicen. Aunque Virgilio pariera un engendro infumable, utilizó un recurso legítimo para escribir su obra más conocida. Un recurso que hoy día le estaría vedado.

1 comentario:

fjsi dijo...

Juas, yo creo que eso de dar instrucciones a los albaceas para quemar manuscritos es un truco para pasar a la posteridad sin gastar demasiadas energías. Mira a Kafka, también lo hizo, y bien que le ha ido.

Por cierto, ahora a plagiar se le llama "intertextualizar", que viene a ser lo mismo pero en fino y echándole más morro porque encima "citas la fuente"