Andaba el año mil europeo en medio de oscuridades y temores: epidemias, hambrunas, malas cosechas, guerras feudales, vikingos sanguinarios, eclipses, cometas y otros desastres. No había otra, el fin de el mundo se acercaba, sin duda, por los muchos pecados cometidos por la humanidad. Predicadores ambulantes gritaban a la conversión y los hombres vestidos con sacos y cubiertos de cenizas, llenaban los templos pidiendo perdón.
El fenómeno se repitió después con la llegada de la peste negra y después y después y ... Quizá no tanto, parece que la edad media, no fue tan oscura como se pensaba y que esa triste visión tiene que ver más con teorías milenaristas compuestas siglos después que con la realidad. En cualquier caso, afortunadamente llego el siglo de las luces, la luz del conocimiento alejó tan nefastas sombras y el hombre pudo al fin alzarse sobre si mismo y comprender el mundo que le rodeaba.
Hoy en siglo XXI ya no quedan dioses iracundos y vengativos, sólo la naturaleza y sus leyes rigen el universo.
Ya no hay profetas que se erijan en interpretes únicos de su voluntad y nos amenacen, por nuestras muchas faltas, defectos y actos egoístas, con inundaciones, terremotos, epidemias y fuego del cielo.
Ya no... ¿O sí?