martes, 3 de mayo de 2016

Por qué odio las batucadas.

Las batucadas siempre me han dado mucho asco.

Es empezar a oír el tamborreo ese y se me hincha la vena, la bilis me sube por la garganta y un gruñido animal me sale de las tripas.

Curiosamente, ese efecto solo me lo provocan las batucadas jipis, ya sabe usté, esas que se han puesto tan de moda en España de unos años a esta parte entre ese colectivo al que se le da por llamar perroflauta. Sin embargo, si me encuentro en la tele a Carlinhos Brown dale que te pego al frente de un montón de brasileiros rumbosos solo me aburre, no es el tipo de música que me vaya, la verdad.

Pero con esas batucadas perroflauteras... No sabía por qué las odiaba tanto. Algo que ver con las frecuencias bajas y todo eso, pensaba yo, pero no, no era eso.

Allá por 2011 vivía en una calle peatonal, y un día, debajo de mi casa, se organizó la cabecera de una manifestación de apoyo al 15M. Un montón de gente, pancartas, banderas, en principio todo muy festivo, entonces aparecieron ellos, un nutrido grupo de atambores mayormente vestidos de brillantes colores y predominio de la rasta. Cuando empezaron a aporrear sus instrumentos al frente de la manifa y todos ellos se fueron perdiendo calle arriba lo entendí.

Esas batucadas son una puta banda militar, que digo militar, son una banda de batalla.

¿Qué no? ¡Ja! Solo les faltan las cornetas y lo pífanos. Fue empezar aquella manifa, ver avanzar, prietas las filas, a pancarteros y manifestantes tras bombos y tarolas y venírseme a la memoria la banda con la que durante el CIR nos marcaban el paso para que el orden cerrado fuera eso, ordenado y cerrado.

Además van a paso legionario, tamborreando con brío para amedrentar a las viejas y enardecer a la masa que les sigue y piense poco, o por lo menos se centre en lo que la organización dice que tienen que pensar.

Desde entonces esto de las batucadas no solo me da mucho asco. También mucho, mucho miedo.