jueves, 2 de marzo de 2017

El Efecto Streisand y los autobuses naranja

Hace años, Barbra Streisand (recuerden que la ortografía del nombre es incorrecta a propósito) se metió en un charco al intentar evitar la divulgación de ciertas informaciones privadas en Internet. Al final la cosa le salió fatal porque no solo los datos no desaparecieron, sino que se copiaron y replicaron a la velocidad de la luz consiguiendo que todo quisqui tuviera conocimiento y acceso a ellos. 

Es lo que se ha dado en llamar «Efecto Streisand»: en estos tiempos de redes y comunicaciones casi instantáneas, cuando más trates de ocultar y eliminar algo ya publicado, más posibilidades hay de que se propague de forma incontrolable y alcance infinitamente más publicidad y difusión de lo que hubiera sido natural.

Para luchar contra esas publicaciones hay un método sencillo, en primer lugar, e importante no hacerse eco de ellas, ni confirmarlas ni desmentirlas, de ese modo no se publicita la propia información, que acabará rápidamente sepultada por trillones de nuevos bits.

Por otro, lanzar información contradictoria al respecto, de modo que la calidad del dato acabe por diluirse en la confusión de la cantidad. En el caso de la señora Streisand, no solo no tendría que haber dicho nada al respecto, ciertas fotos de su casa, creo recordar, sino que además tendría que haber hecho publicar fotos de otras casas con la afirmación de que eran la suya. Al cabo del tiempo no habría forma de distinguir su verdadera casa de las «falsas» Solo una visita al registro de la propiedad habría certificado la noticia auténtica, pero… ¿quién investiga hoy día la veracidad de las informaciones?

A lo largo del tiempo hemos sido testigos de muchos «Efectos Streisand», incluso publicistas espabilados lo han usado como herramienta de trabajo. Crean una campaña publicitaria deliberadamente polémica para que el colectivo de turno brinque como un gato con el rabo quemado y, automáticamente, la campaña salta desde los oscuros espacios publicitarios a los que presupuestariamente podía aspirar, a las primeras páginas de los medios y los minutos «de oro» de los informativos. El publicista contento, el colectivo más cabreado todavía, y el anunciante satisfecho. Siendo sinceros ¿alguien se cree que las pataletas de un colectivo minoritario de nombre enrevesado van a calar en la memoria colectiva más que marca anunciada? La marca se encuentra día a día en las estanterías de los supermercados, los nombres enrevesados de colectivos minoritarios, no.

El último «Efecto Streisand» ha tenido lugar en Madrid a cuenta de un autobús de la asociación de carácter religioso Hazte oír. En el autobús, pintado de un brillante color naranja, aparece la leyenda «Los niños tienen pene. La niñas tienen vulva. Que no te engañen» Ante esto, asociaciones pro sexualidad diversa, asociaciones bienpensantes, y el propio Ayuntamiento y hasta la Comunidad de Madrid han reaccionado como si les hubieran metido un cohete por el culo, en una demostración de poca templanza institucional que bien se podía demostrar con más frecuencia en problemas más perentorios. 

Por supuesto, todos los medios, grandes  y pequeños, telediarios, tertulias radiofónicas y hasta este blog se han hecho eco del mensaje del autobús. «Efecto Streisand» de manual y triunfo arrasador de Hazte oír, su mensaje no ha quedado limitado al más o menos largo recorrido que hubieran efectuado por las ciudades que tenían previstas, ha tenido repercusión nacional, ha generado debate más allá de la intención original, cuestionando el propio principio de la libertad de expresión y de conciencia. 

Con lo fácil que hubiera sido ignorar el dichoso autobús, dejar que diera sus vueltas de acá para allá y que dentro de quince días nadie se acordara de él. Pero no, había que armar escándalo y darle publicidad gratuita, teniendo además que dar explicaciones complejas para «desactivar» un mensaje simple.

Enhorabuena, campeones.