Madrid, 01 de julio de 2008. Centro de la ciudad. 11 de la mañana. Estoy trabajando y tengo que ir desde el INEM de Alberto Aguilera hasta la sede del Parque Móvil del Ministerio de Medio Ambiente. Hasta la boca del metro hay unos 250 metros. Voy rapidito porque tengo que estar en Boadilla a las 13 horas. Hace un calor de tres pares de narices. Aunque voy en manga corta y pantalones de verano, me asfixio. Comienzo a sudar como un cerdo. Confío en la refrigeración del metro para bajar calorías. En el vagón que cojo de la línea 6 el aire acondicionado ha muerto de inanición. Todos los viajeros sudamos sobre lo ya sudado y empezamos a poner caras de beduinos saharauis. El trayecto es hasta Nuevos Ministerios. A la altura de Ciudad Universitaria el calor es insoportable. Cuando llegamos a Guzmán el Bueno una señora se abalanza sobre un niño para quitarle el biberón, desenroscar la tetina y echarse el zumo de pera en la cabeza, a ver si eso le refresca un poco. Cuando por fin llegamos a mi destino, no tengo fuerzas para apretar la palanquita que abre la puerta batiente del metro. En la estación se aglomeran cientos de adolescentes ardientes que todavía están celebrando la victoria de la selección de fútbol. Casi tengo que sacar mi sable de húsar napoleónico (no salgas de casa sin él) para abrirme paso entre la multitud. Afortunadamente estoy tan sudado que me deslizo fácilmente entre los miembros y miembras de la mejor afición del mundo y por otra parte la más borracha del mundo también.
Salgo de la boca de metro y la fuerza del sol me pega en toda la jeta, como si un Thysson flamígero me soltara un upper-cut en el colodrilo. Hay unos 500 metros hasta el puto Parque Móvil y tengo que callejear buscando el puto portal. Un jubilado sentado a la puerta de su casa en una silla plegable de playa se descojona de mi aspecto acalorado y me da un consejo a gritos, de esos que las personas mayores parecen coleccionar durante 60 años para soltarlo a la menor oportunidad: “ve por la sombra chaval, no te vaya a dar un jamacuco”. El chaval de 41 años en cuestión está a punto de sacar la navaja albaceteña de tres palmos de hoja (no salgas de tu barrio sin ella), pero se reserva la ocasión por carecer de fortaleza física y mental para sacar la “cheira”.
Al final llego al portal del maldito Parque Móvil. Intento pulsar el timbre del telefonillo pero me resbalan los dedos por el sudor. Con mi pañuelo me seco como puedo. A la altura de la cara el pañuelo parece una esponja de las islas Fidji. Oigo el brrrrrrr de apertura. Abro el portal. Hay una recepción con una pecera de cristal de seguridad tras la que se parapeta una segurata rubia de al menos 1,87 X 1,25 m de envergadura, que me mira con esa cara de fastidio que a uno se le pone cuando te llama un operador de telefonía a las 4 de la tarde de un viernes para proponerte una oferta de ADSL + LLAMADAS que no puedes rechazar. Pongo mi mejor cara simpática. En la recepción el aire acondicionado está a toda castaña y empiezo a encontrarme mejor. Al acercarme a la pecera observo una bandera nacional con la gallina imperial alojada en su centro. A pesar de la agradable temperatura empiezo a sudar otra vez. La segurata se levanta sacándome una cabeza y media. Al hacerlo me fijo en que deja un libro en el mostrador. Con esa curiosidad literaria que me caracteriza y que me pierde, me doy cuenta de que el autor es Pío Moa. Los chorretones de sudor me empapan hasta los pantalones. La segurata, con esa formación integral adquirida en la real academia de seguratas, me grita: “¿qué desea?”. Sin embargo, tanto por la entonación como por el énfasis de la frase, suena realmente a: “¿QUÉ COJONES QUIERES, PESADO DE MIERDA?”.
Intento explicar a la vigilante jurado que he quedado con el jefe de servicio D. Indalecio, para recuperar unos avales de garantías provisionales por ser licitadores en varios concursos. La segurata se alarma porque no ha entendido una palabra de lo que le he dicho. Dudando entre sacar la porra o coger el teléfono, al final coge el teléfono y le cuenta a un funcionario de la tercera planta (Toño) lo que le he contado yo, pero alterando gravemente el orden de las palabras, con lo que al final queda en: “oye Toño, que aquí hay un tío que dice haberse quedado con las garantías provisionales de D. Indalecio para poder presentarse al concurso de jefe de servicio por ser licitador en una recuperación”. Casi después de escuchar a Toño, cuelga el teléfono, me pide el DNI, me advierte que está caducado y que podría incurrir en un delito de indocumentación grave y me indica que suba a la tercera planta, donde tendré que explicarle a Toño como he podido quedarme con las garantías provisionales si D. Indalecio se ha ido esta mañana de vacaciones a Benidorm.
Encuentro el ascensor y me introduzco en su interior. Cuando se abre la puerta en la tercera planta siento como una patada de calor bochornoso me recorre otra vez el cuerpo. Intento descubrir el origen de la explosión térmica y descubro que toda la planta tiene las ventanas abiertas. Me puedo imaginar perfectamente como sería el mismo infierno en su apogeo: la tercera planta del Parque Móvil del Ministerio de Medio Ambiente. Me hubiera gustado preguntarle a alguien como era posible aguantar tanto calor, pero resultaba que, aparte de 16 puestos de trabajo perfectamente estructurados y amueblados, allí no había ni dios. Y así me quedo, de pie, en medio de la sala, en un estado de catatonia calorífera, esperando el milagro de que alguien me atienda.
A los 15 minutos de espera, aparece como por ensalmo, un señor bajito, trajeado e impoluto. Por su aspecto, el calor no le afecta en absoluto. Se mueve con soltura y en su rostro no hay ni una gota de sudor. Sin duda es un alienígena con refrigeración interna, contratado ex profeso por el Parque Móvil. Intento explicarle mi cuita, que a resultas del calor comprendo que suena a un galimatías incomprensible. Pero tienen que entenderme. El calor me había frito los sesos. El hombre y/o extraterrestre me hace un gesto de encogimiento de hombros y me dice: “lo siento, los funcionarios tienen horario de verano y solo hay atención al público de 10 a 11 de la mañana. D. Indalecio está de vacaciones. Yo soy Toño, el Ujier y me pagan horas extraordinarias, pero no llevo su expediente. Mejor vuelva usted mañana”.
A pesar de la explicación nauseabunda que acaba de soltarme, no me extraña en lo más mínimo lo que me cuenta, así que le pregunto en mi mayor estilo kafkiano: ¿Cómo es que tienen las ventanas abiertas?. El Ujier, poniendo cara de disgusto, va y me dice: “son las pelmas de las administrativas, las dejan abiertas para que corra el fresquito, por mi las cerraba todas”. ¿Y no tienen aire acondicionado?. Pregunto yo con voz de gilipollas. ¿Y pillar un virus como la legionela?. Me contesta el alienígena.
Así que en ese momento saqué mi AK-47 (no salgas de tu comunidad autónoma sin él) y me cargué al peligroso extraterrestre, aprovechando la cadencia del fusil de asalto para destrozar la planta tercera del Parque Móvil del Ministerio de Medio Ambiente.
Bueno, lo cierto es que no hice nada de eso. Aunque ganas no me faltaron. Y me cago en el calor, en el verano y en todo lo que se menea.
Manuel Nicolás cuadrado
martes, 1 de julio de 2008
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2 comentarios:
Mwaaa XDD
Tronco, que bueno...
Una cosa sus digo: todo el mundo nos hemos reido de lo de las "miembras" pero ahora los está utilizando. Unos añitos y puede ser palabra de uso común.
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