martes, 15 de julio de 2008

Machistas

— No puedo tío, te juró que no puedo.
— ¿Que te pasa? —Pregunto sorprendido. Mi amigo y yo estamos tomando unas cañitas, charlando de lo que charlan dos hombres después del curro en un bar cualquiera de una zona cualquiera. Entonces capto su mirada que atraviesa mi hombro y se fija en algún objeto a mi espalda, me doy la vuelta sin disimulo y comprendo. Es una de esas mujeres que provocan las guerras del termostato, por las que el macho encorbatado sufre los rigores del verano antes que permitir que una ráfaga de aire frío y artificial roce sus delicados hombros. Luce un vestido ajustado hasta el límite de la decencia y unas formas que arrastran mucho más allá de ese límite la imaginación de cualquier hombre que se precie. Sonríe al camarero que se desvive por atenderla y segura de sus armas, pide una coca-cola light.
Me doy cuenta de mi atontamiento está excediendo toda norma de buena conducta y vuelvo a mirar a mi amigo que en su privilegiada posición disimula, o eso cree, disfrutando de las vistas.
— Mira —insiste—, es llegar la primavera y se ponen... Es que me gustan todas, sacude la cabeza y empina un trago de la caña.
Mi amigo es un hombre felizmente casado, obediente, como todos, a su mujer y sin más conflictos que los derivados de sus muchos años de servicio.
— Hay días que comprendo a los moros —continua su reflexión.
— ¿Que chorradas estás diciendo? —replico.
— ¡Joder! que se pongan una chaquetita o un algo.
— Tú lo que estás es más salido que el pico de una plancha.
— ¡Coño! y ¿quien no? con eso delante.
— Eso —remarco— es una persona no una cosa.
— Lo que tu digas pero está para mojar pan.
Córtate un pelo que te va a oír.
Vuelve a sacudir la cabeza y a tirar de caña, le acompaño en esto último.
Apurado el trago asiente ahora con gesto culpable.
— ¡Joder! Si a mi me parece bien todo eso de la libertad y la igualdad, pero ¡Leches! No se pueden pedir peras al olmo.
— Eres es viejo verde y un carcamal.
— ¿Y que quieres, que me la corte?
— Para lo que la usas.
— Que no, que es que vas por la calle y...
— Creo que a ellas les pasa lo mismo —digo por igualar las cosas.
— ¿El qué?
— Que también les gusta mirar a los tíos buenos.
Echa un rápido vistazo al resultado, rebosante sobre los cinturones, de muchas horas de esfuerzo en esa y otras barras, sonríe con tristeza y vuelve a la cerveza.
— Tienes razón —afirma con rotundidad después de un largo trago— eso es lo que somos, viejos verdes y salidos, restos a extinguir de tiempos antiguos.
El alcohol debe haberle vuelto filósofo.
— Lo digo en serio —sigue a lo suyo— no soy más que un cabrón machistas, debería ir al médico a que me traten.
— Tu lo que estás es cada día más gilipollas —zanjo— anda pídete otro par de cañas.
Pero el no me oye, el objeto de nuestra conversación ha terminado su coca-cola y se marcha esplendorosa, arrastrando tras de si las miradas y la fantasías de todos los cabrones machistas del bar.

5 comentarios:

Carlos Atanes dijo...

La culpa es de Dios.

JMV dijo...

Por esculpir a la mujer de una costilla de Adan.

Manuel Nicolás dijo...

Eso de la costilla, Jacinto, me tendrás un dia que contar de donde proviene, no le veo el menor sentido. ¿Por qué de una costilla?. ¿Y no podía ser de un dedo de la mano? ¿o del esternocleidomastoideo?
Es que nunca he entendido lo de la costilla. Y además: ¿cual costilla?. ¿Verdadera, falsa o flotante?.
Amos que................

JMV dijo...

Lo de la costilla es heredado de un mito sumerio.
Por otro lado es un hueso adecuado por forma tamaño y disposición. Imagínate que la hubiese tallado de un fémur.

Anónimo dijo...

Vaya, que el "filósofo" no miró, ni pensó...
¡ Hay que ver!